Percepción ciudadana. Las aguas se retiran

Publicado por Priimuua viernes, 14 de mayo de 2010 , ,

Si usted despertara un día y leyera en el diario que alguien descubrió un cargamento de cocaína en un almacén de la Coca-Cola en Chile, sin duda levantaría las cejas, pensando que pasa cada cosa. Si al día siguiente leyera que empleados de la Coca-Cola tenían además una red de distribución de drogas, seguro que se sentiría escandalizado. Si al día siguiente se sumara la revelación que el gerente de la Coca-Cola en Chile declaró que la cosa no es más que algunos empleados con afectividad exuberante por el entretenimiento, usted quizá comenzaría a llamar a boicoteos y acciones legales. Y si después de todo eso se enterara que empleados de la Coca-Cola en todo el mundo han cometido los mismos delitos y su gerente general se ha dedicado por décadas a encubrir los mismos delitos, ¿que haría entonces?.

A Juan Eicholz le duele el escándalo en la iglesia, pero no nos dice por qué (Foto de El Mercurio)

Al menos en el caso de la Coca-Cola, el escenario es ficticio. Y aunque suena absurdo e improbable, ese escenario es menos grave que el dolorosamente real que viven hoy las víctimas de la iglesia católica, que con su presencia mundial y su poder en el imaginario colectivo le da cancha, tiro y lado a cualquier fabricante de bebestibles con burbujitas. ¿Como explicarse si no el espectáculo al que estamos sometidos estos días? A vista y paciencia de todos, una institución religiosa intenta negar el haber montado una red internacional de protección a la pedofilia, incluyendo el encubrimiento de los crímenes y un esfuerzo coordinado para mantener a los acusados fuera de las manos de la justicia. Y todo aprobado desde las cúpulas de la iglesia.

En cualquier otra institución, un escándalo de esta naturaleza provocaría un daño mortal. Para la iglesia, en cambio, las consecuencias están aún por verse, a pesar de los años que lleva involucrada en acciones judiciales y golpeada por revelaciones cada ves mas dañinas. Sin duda, esto se debe en parte a que la iglesia cuenta con defensores poderosos y profundamente comprometidos. Y mientras algunos de estos ponen en el tapete argumentos que toman la forma poco sutil del ataque frontal a los críticos, otras, como la columna de Juan Eicholz en El Mercurio de hoy, son ejercicios sublimes en el arte de la defensa mediante la trivialización.

Uno podría obviar el hecho de que Eicholz escribió una columna sobre delitos horrorosos que no se molesta en mencionar. Quizás asume Juan que todo el mundo los conoce. Tal vez su conciencia de católico se violentaría demasiado si escribiera iglesia y niños violados en el mismo párrafo.

Dejando los crímenes sin nombrar, Eicholz argumenta que los engaños y encubrimientos de la iglesia son una expresión más de la naturaleza humana, de esas cosas que pasan todo el tiempo en todas partes. Una forma de evasión institucional que comienza en la evasión de de negar la realidad y termina en la búsqueda de chivos expiatorios. Como analogía: lo de los sobresueldos.

Si, leyó bien. Cometer y encubrir abusos a menores es análogo a un truco administrativo para aumentar un salario.

Eicholz también nos explica – y uso el término generosamente – que los críticos que hoy se declaran engañados y llegan “a pedir la cabeza de Benedicto XVI”, lo hacen para “sentirse tranquilos”, lo que no es más que otra forma de evasión (?!).

Y para rematar, Juan argumenta que las investigaciones sobre las causas de los abusos, y su posible raíz institucional, deben esperar a un futuro indeterminado – “esperemos que pronto” – para ser investigados. Por qué hay que esperar, o que criterios tenemos para decidir cuando el tiempo adecuado ha llegado se los deja el columnista a la imaginación del lector.

Teniendo en cuenta el material que tiene para trabajar, es admirable el esfuerzo de Eicholz de humanizar a la iglesia. Por casualidad pero con efectividad, Carlos Peña destruye el razonamiento en la misma edición de El Mercurio:

Una institución cuyos miembros se atribuyen tamaña autoridad —nada menos que pronunciar el veredicto acerca de quién yerra y quién no en el acertijo de la existencia humana— debe ser capaz de exigir a sus miembros lo mismo que ella exige a los demás.

Por supuesto, la iglesia no ha dejado que el escándalo le impida seguir pontificando sobre lo humano y lo divino. Y al menos en este país – donde la separación de la iglesia y el estado parece frecuentemente letra muerta – tampoco le impide seguir recibiendo cuantiosos recursos
públicos para las múltiples iniciativas que administra. Iniciativas que
incluyen numerosas escuelas que reciben a cientos de miles de niños.

Quizás el cuento de la Coca-Cola con que comencé este artículo le parece torpe. Puede ser cierto, pero no es nada comparado con leer a Eicholz y otros como él trivializar los abusos con analogías burdas, eufemismos baratos y una falta enfermiza de reconocimiento de los delitos y las víctimas, y me hace preguntarme cuanta evidencia será suficiente para convencer éstos últimos defensores de la iglesia. Y si, cuando (y si) ese día llegue, estarán a tiempo de rescatar a la institución a la que tan flaco favor le hacen los argumentos que publican hoy.

Origen.

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